Alertan sobre un «estancamiento» del comercio exterior en la Argentina

La Argentina atravesó un «estancamiento» de su comercio exterior en la última década, a tal punto que las exportaciones del 2011 fueron 27% superiores a las del 2019, y 51% mayores a las del 2020, año de inicio de la pandemia.

De acuerdo con un informe de la consultora Ecolatina, la Argentina tuvo, en 2020, la menor apertura económica de la región.

«Aunque esta es una característica estructural de nuestra economía (por caso, todos los años desde 1960 tuvimos un flujo comercial menor que el promedio de Latinoamérica y que los países de ingreso medio-alto), se profundizó a lo largo de los últimos años», indicó ese centro de estudios.

Uno de los principales motivos fue el declive de las exportaciones en la última década.

A pesar de que este dato no se ve alentador, gran parte de la caída podría atribuirse a la disminución del precio internacional de la soja: tras alcanzar máximos en 2012, la cotización de este producto descendió fuertemente, arrastrando consigo a los precios de sus derivados.

Así, la caída de las ventas medidas en dólares podría tener más que ver con una baja de los términos de intercambio que con un descenso de los volúmenes enviados al exterior.

Rompiendo con esta tendencia a la baja, en los primeros siete meses de este año se observaron las mayores exportaciones desde 2013.

Ecolatina destaca incluso que las exportaciones argentinas alcanzaron el julio más alto de toda la serie, sólo superado en 2012.

Evolución histórica.

Desde fines de los ´80, las ventas externas mostraron un sendero sostenido de crecimiento.

Si bien tuvo algunas interrupciones (una entre fines del ´99 y comienzos del 2000, y otra más importante con la crisis internacional de 2008-09), la tendencia fue definitivamente al alza.

Los volúmenes vendidos al exterior eran, a principios de 2012, más del quíntuple de los de fines de los ´80.

Ese momento marcó un máximo en la cantidad de productos enviados al resto del mundo, al igual que en la facturación (que alcanzó su pico en 2011).

Desde entonces, no sólo los precios ponderados de nuestras ventas cayeron entre 15% y 25%, según el lapso que se tome, sino que las cantidades se estancaron, contribuyendo también al deterioro general de las exportaciones.

El faltante de divisas.

La falta de divisas que generó esta situación marcó a la economía local los siguientes años.

No poder generar los recursos para aumentar el nivel de actividad (lo que requiere importaciones) llevó al país a convivir con una importante inestabilidad cambiaria, emparchada en algunos lapsos con controles de cambios y en otros con endeudamiento externo.

La dinámica de las ventas no fue homogénea entre rubros. Todos los tipos de bienes comenzaron a crecer a fines de la década del ´80, pero el fin del período de crecimiento fue distinto para cada uno de ellos.

Hay dos componentes que estuvieron desacompasados de la evolución general de las ventas: combustibles y energía, y productos primarios, que representan conjuntamente alrededor de un tercio de las ventas al exterior.

Los primeros alcanzaron su pico a principios de 2002, para después caer sostenidamente hasta 2016, alcanzando volúmenes semejantes a los de 1990.

La energía rezagada

Esta evolución tiene su correlato en una mayor actividad industrial y un consumo doméstico pujante, que no fue acompañado por un salto en la oferta de energía.

En simultáneo, el congelamiento de tarifas motivaba subas de la demanda, revirtiendo la balanza comercial energética desde 2011.

Luego, producto de los saltos tarifarios y una menor utilización, estas ventas volvieron a crecer hasta casi duplicarse en 2020.

De forma contraria, la expansión de los productos primarios nunca cesó: éstos crecieron sostenidamente hasta el comienzo de la pandemia, de la mano de una producción de cereales y oleaginosas que no se detuvo en 2012.

Así, llegaron a quintuplicar las exportaciones del comienzo de la serie.

¿Qué pasó con las importaciones?

La dificultad para aumentar los volúmenes enviados al exterior y la reducción de precios de las ventas afectaron el flujo de ingreso de divisas al país.

La falta de divisas afectó, en cada salto cambiario, al poder adquisitivo y la demanda doméstica, impactando en el nivel de producción.

Además, fue el disparador de los controles a las importaciones, que buscaron frenar la sangría de reservas.

Las compras al resto del mundo (que están íntimamente relacionadas con la demanda interna) se vieron doblemente afectadas, y su avance también se frenó desde el 2012.

Dejando de lado la importación de combustibles, cuya dinámica está más vinculada a factores del mercado energético que a variables macroeconómicas, la evolución del resto de usos económicos fue similar.

Al estancamiento que comenzó entre 2011 y 2013 le siguió una importante recuperación en 2017 (cuando el tipo de cambio real se encontraba en valores bajos y no existían restricciones a las compras externas) y un derrumbe con la crisis cambiaria de 2018.

Este avance fue algo más marcado en bienes de consumo y vehículos livianos, que pasaron de representar 18% del total en 2012-15 a 23% en 2017, pero también fue importante en bienes intermedios y de capital.

Este proceso terminó cuando la incapacidad de generar dólares genuinos le puso un techo, una vez más, a las compras externas y al nivel de actividad.

En la actualidad, el repunte en algunos sectores y la tracción de la industria brasileña están ayudando a las cantidades exportadas.

Así, el volumen de ventas fue un 6% mayor en los primeros siete meses del año al de 2020 (y 2% inferior al de 2019).

Sin embargo, los principales motores del saldo comercial favorable actual son los términos de intercambio y una actividad en niveles todavía bajos.

De acuerdo con los cálculos de INDEC, casi el 60% del superávit acumulado del 2021 se debió a una mejoría de los precios respecto del mismo lapso del 2020.

En el primer semestre del año, los términos del intercambio se ubicaron apenas 4% por debajo de su mejor dato histórico (el último trimestre del 2012).

Por otra parte, con la mejora de la actividad (que fue palpable en junio y julio, a pesar de que sólo hay datos del primero de estos meses) las importaciones crecieron 72% interanual en el bimestre y 28% respecto de igual lapso de 2019.

Ecolatina advirtió que el saldo comercial favorable (que fue de USD 12.500 millones en 2020 y sería de un monto similar en 2021) podría empezar a erosionarse con la continuidad de la recuperación económica.

Peor aún si los commodities se abarataran (por ejemplo, producto de una suba de tasas de la FED que mejore el rendimiento de los bonos del Tesoro estadounidense), el flujo de divisas se contraería más rápidamente.

Según Ecolatina, la clave para evitar la restricción externa está en las cantidades exportadas, ya que las reservas internacionales netas «no abundan, pero sí los pagos de deuda en moneda dura: generar dólares genuinos es la única salida no contractiva».